Mi primo el de Bilbao o quien da las hostias en Madrid
 	
	
 	
 	
	 	
	Decía Sabina que cuando era mas joven, viajó en sucios trenes que iban hacia el Norte.  En mi caso, cuando era más joven en algunas manifestaciones de Madrid  se coreaba frente a la policía aquello de “Mi primo el de Bilbao os  tiene acojonaos”. Entonces la cosa iba en serio y el  enfrentamiento entre manifestantes y antidisturbios formaba parte de un  ritual. Las intervenciones policiales, por desporporcionadas que fueran,  no escandalizaban a casi nadie. Pero ya nadie tiene primos en Bilbao y  en San Sebastián el alcalde de Bildu brinda con los concejales del PP,  mientras que, en Madrid, los indignados y los laicos practican mejor que  nadie aquello de poner la otra mejilla frente a una policía cuyos  azules uniformes no disimulan un alma gris. 
No debemos olvidar que  el, llamémoslo así, “estilo policial” es uno de los indicadores de la  calidad democrática de un país y que, en este indicador, España ofrece  muy poca calidad, hasta el punto de que algunas guías turísticas  extranjeras recomiendan a sus ciudadanos evitar en lo posible el  contacto con las policías españolas. 
Aunque el cine y las series  de televisión nos han enseñado a admirar y a empatizar con los sufridos  agentes del orden, héroes anónimos que velan y se desvelan para  protegernos, la visita del santo padre ha vuelto a retratar a las  tristemente famosas Unidades de Intervención Policial. Gracias a algunos  periodistas (últimamente las víctimas preferidas de la violencia  policial) decenas de fotografías y vídeos que prueban la brutalidad y la  gratuidad de los antidisturbios, han asombrado a cientos de miles de  ciudadanos. Hasta Elena Valenciano, la jefa de campaña de Rubalcaba, ha  calificado de intolerable la violencia desplegada y varios cargos  públicos socialistas han exigido el cese de su propia delegada del  gobierno. 
El nuestro es el país en el que La República creó la  Guardia de Asalto para evitar que el control del orden público, al menos  en las ciudades, estuviera en manos de una Guardia Civil que no sabía  mantener el orden sin disparar. El nuestro es el país en el que tras la  modélica Transición no se produjo ninguna depuración en unos cuerpos  policiales repletos de torturadores y asesinos para los que la impunidad  nunca dejó de funcionar. Y el nuestro sigue siendo el país en el que la  policía apalea a la gente de izquierdas que protesta, sean  trabajadores, estudiantes, indignados en general y, últimamente,  defensores de la laicidad. ¿Se imaginan ustedes a los antidisturbios  cargar en aquella manifestación de la AVT en la que fue agredido el  Ministro Bono? Si ya les fue mal a los policías que detuvieron a los  agresores de Bono imagínense el escándalo si hubiera habido carga. ¿Se  imaginan una carga policial en las manifestaciones ultracatólicas contra  los derechos civiles de los homosexuales?. Bien sabemos que en Madrid  las hostias no las da el Papa y siempre las reciben los mismos. 
No  tengo ninguna duda de que la policía es imprescindible para construir  una sociedad justa, ni tampoco dudo del compromiso civil y de la buena  voluntad de muchos agentes que seguro se habrán indignado al ver actuar a  sus compañeros. El problema es que a los policías demócratas no les  vemos ni les escuchamos nunca. Los sindicatos policiales son  especialistas en justificar lo injustificable y los responsables de  interior del PSOE parecen discípulos de Fraga y de Martín Villa; solo le  falta ya al bueno de Camacho ir a ver a los heridos como hicieron los  ministros franquistas después de la represión de Vitoria en el 76. 
Soy  consciente de que, si finalmente el PP gana las elecciones, lo duro  está aún por llegar, pero ya va siendo hora de que los demócratas  digamos que esta policía no nos representa.