¡Claro que Podemos!
    
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"Una idea que no sea peligrosa no merece llamarse idea". Óscar Wilde
Arrastramos
 más de 30 años cómodos con la posición de derrota, con el calor que 
otorga ser siempre los mismos aunque cambien las caras. Los mismos tics,
 los mismos gestos, las mismas neuras, los mismos temores, los mismos 
tótems y demonios. Más pendientes de mirar al pasado con nostalgia, de 
abrazarnos a los símbolos, que de afrontar la realidad material del 
presente. Si algo hemos de aprender de los resultados de las elecciones 
del pasado 25-M, es, sin duda, que la política no funciona como las 
matemáticas. Ni los factores se repiten, ni las fórmulas son siempre las
 mismas en todas partes, ni los resultados se deducen de una lógica 
aritmética. Hay sumas que restan y restas que suman. En política, la 
manera de corroborar que los diagnósticos, la claridad en los análisis o
 la certeza de que algo es de una determinada manera resulta ser muy 
simple: depende de la influencia y de la cantidad de gente que respalda y
 se ve reflejada, haciendo suya, una toma de posición. En política, el 
peso de las opiniones es tanto mayor  cuanta más gente lo hace suyo, lo 
comparte y lo recombina, convirtiendo ese peso en fortaleza.
Podemos no es el 15-M, pero solamente se entiende a partir del 15-M. Si Podemos ha dado un paso adelante es porque, por vez primera en mucho tiempo, la gente de abajo, la que realmente está sufriendo los recortes y el aumento sangrante de las desigualdades, la falta de democracia y bienestar, ha percibido que ha llegado su momento de dejar de perder. Pero si queremos seguir apostando por ganar y crecer, debemos concentrar nuestros esfuerzos en una estructura organizativa y estratégica que pueda articular trabajo de base y eficacia, movimiento ciudadano y dirección, sin perder nunca el espíritu radicalmente democrático que guió desde el principio esta iniciativa.
Podemos no es el 15-M, pero solamente se entiende a partir del 15-M. Si Podemos ha dado un paso adelante es porque, por vez primera en mucho tiempo, la gente de abajo, la que realmente está sufriendo los recortes y el aumento sangrante de las desigualdades, la falta de democracia y bienestar, ha percibido que ha llegado su momento de dejar de perder. Pero si queremos seguir apostando por ganar y crecer, debemos concentrar nuestros esfuerzos en una estructura organizativa y estratégica que pueda articular trabajo de base y eficacia, movimiento ciudadano y dirección, sin perder nunca el espíritu radicalmente democrático que guió desde el principio esta iniciativa.
En un momento en el que
 nuestros adversarios han tomado nota de que el suelo, por vez primera, 
se está moviendo bajo sus pies, no podemos volver atrás y ahogarnos 
en discusiones que nos hagan perder esa mayoría social que debe ser 
siempre nuestra brújula y razón de ser. Podemos debe ser para toda la 
gente, con independencia del modo y la intensidad en que desee hacerlo, y
 no sólo para aquellos militantes, sin lugar a dudas fundamentales, que 
más tiempo o experiencia pueden dedicarle a la política activa.  Esto 
exige responsabilidad y altura de miras: no podemos permitirnos el lujo 
de que nuestra búsqueda honesta de transparencia y horizontalidad sirva 
de caldo de cultivo para el arribismo y el oportunismo. Porque creemos 
en la idea que ha ido extendiendo la ilusión de Podemos como un virus 
democrático transversal, debemos ser precavidos y vigilantes ante estos 
obstáculos que desandarían el camino que nos ha llevado hasta aquí.
El
 viejo compromiso politico debe ser lo suficientemente generoso como 
para dejar sus mochilas militantes y abrirse a una nueva mayoria social 
que sienta éste como su lugar, una nueva mayoría comprometida y 
movilizada. Desde el 25-M parece que se ha recuperado un cierto gusto 
por la victoria. Una aspiración donde lo que importa no es tanto un 
debate infinito sobre lo que cada uno entiende por ganar, sino la 
percepción de que es posible un cambio de algunas instituciones 
centrales de la sociedad por la actividad de la sociedad misma, como 
diría Cornelius Castoriadis.
 Este imaginario social instituyente se produce cuando la política 
vuelve a ser objeto de discusión colectiva y, por tanto, cuando se 
cuestionan los contornos y las bases del régimen político 
constituido.  A la hora de pensar los vertiginosos tiempos que se nos 
presentan, corremos el riesgo de vernos arrastrados por las inercias 
pasadas y por las prisas del presente ante el futuro inmediato. 
Recordemos (nunca hay que olvidarlo), que una de las razones por las que
 surgió Podemos se debía a que había mucha gente fuera de las 
organizaciones que no solía votar en congresos y no formaba parte de las
 decisiones intestinas de las organizaciones políticas ni de sus 
movilizaciones. Si desde el 17 de enero mucha gente ha visto en Podemos 
una herramienta eficaz con la que golpear es, precisamente, porque se ha
 puesto el acento en el protagonismo ciudadano y popular. Así debe 
seguir siendo, ya que no debemos caer en los mismos errores que hicieron
 de la irrupción de Podemos una necesidad. Esta experiencia nos ha 
enseñado la importancia de esponjar las organizaciones, la necesidad de 
ser porosos con todas estas realidades vitales, con las diferencias 
irreductibles, y evitar cocerse en la salsa interna de las luchas 
paralelas e intestinas.  
Existe mucha población golpeada y 
perjudicada por las políticas económicas de la Troika, una mayoría 
susceptible de conformar una unidad popular, pero que no se ve reflejada
 en los símbolos, los códigos y las formas tradicionales de la 
izquierda. Mucha más gente que ansía más democracia de la que es capaz 
de albergar la unidad de la izquierda o cualquier otra etiqueta 
tradicional. La unidad popular no es la unidad de las siglas en torno a 
un programa. Por supuesto que son fundamentales algunos puntos 
programáticos claros y radicalmente democráticos. Sin embargo, hace 
falta ir más allá. La unidad popular es la ruptura colectiva con los 
mecanismos y consensos que garantizan el enriquecimiento de unos pocos a
 costa del empobrecimiento de la mayoría, abriendo un nuevo escenario 
político. Por lo tanto, consideramos que  no se puede pensar ese cambio 
sin otro tipo de rupturas previas. A la hora de plantear la necesidad de
 dotarse de nuevas herramientas para nuevos tiempos, hay que plantearse 
también la ruptura con todas las viejas formas de pensar y plantear la 
política. Nada cambia de un día para otro, por eso sólo la ruptura 
permite dar los primeros pasos en una profunda transición. No se trata 
de maquillarse o de hacer el gatopardo.
 Tampoco de reordenar las mismas fichas, con algunos añadidos, dentro 
del mismo tablero. Se quiera o no, el cambio viene acompañado del trauma
 generado por una ruptura que, sin duda, provocará reacciones tan poco 
agradables en los sectores más identitarios como necesarias para el 
cambio político. El mapa mental debe modificarse por completo. 
No
 somos tampoco la Izquierda IKEA, esa que, cuando alude a la necesidad 
de un "frente de izquierdas", entiende la nueva construcción política 
como un ensamblaje de componentes prefabricados donde cada pieza se 
ajusta conforme a un manual de instrucciones. Para poder hablar de 
"unidad popular" debemos abandonar esas formas de la vieja política, 
entre las cuales destacan los pactos de despacho entre cúpulas. Esto 
incluye también abandonar las posturas que entienden por democracia una 
maraña burocrática de coordinadoras y delegados de 
delegados territoriales, donde finalmente los pequeños aparatos de 
pequeñas organizaciones políticas terminan adquiriendo un poder que 
jamás lograrían en condiciones de exposición pública. No nos hacen falta
 más patriotas de partido, ni viejos ni nuevos, para urdir esta 
complicada tarea. Los patriotas de partido (da igual la sigla y el 
color), muchas veces escudados en el fetichismo de la organización, 
gastan sus energías en atender sus problemas privados y dejan de lado el
 uso público de su razón y acción. Imbuirse en procedimientos 
burocráticos (también lo es la obsesión hiperhorizontal, muchas veces 
convertida en la democracia del culo de hierro que, precisamente por su 
capacidad para aguantar hasta el final de todas las asambleas, actúa 
como un cepo sobre sí misma) que miran hacia adentro, centrarse en el 
reparto pactado de cuotas de poder, en apuntalar debates que se alejan 
de la sociedad, solo puede acabar carcomiendo las posibilidades del 
cambio político en este país. 
La propuesta coherente de 
borradores ético, político y organizativo que lanzamos quienes 
impulsamos Podemos parte en un primer momento de la necesidad de 
plantearse el escenario político desde una estrategia común y global que
 pueda adaptarse a cada situación y que, desde la humildad y la 
transparencia, no ignore las dificultades y contradicciones que 
atravesamos. Si la meta ya no es la de ocupar un papel testimonial desde
 el cual incidir tímidamente en la política institucional, entonces las 
elecciones generales son un objetivo prioritario. Por su parte, las 
elecciones autonómicas se nos plantean de forma ambigua, por un lado 
como un espacio indispensable de disputa para la recuperación 
democrática de los territorios y, por el otro, como la antesala del 
cambio político que las elecciones generales van a permitir. 
En 
el ámbito municipal no debemos ser arrogantes, y creemos que podemos (y 
debemos) trabajar en el territorio con una multiplicidad de actores y 
movimientos sociales con los que no sólo no debemos entrar en 
competencia, sino que son la condición de posibilidad de la construcción
 popular y ciudadana. Quienes han visto y se han dejado estos últimos 
meses la vida en construir Podemos en los barrios, los pueblos y las 
ciudades, ven seguramente con buenos ojos cooperar por el cambio 
político en lugar de pujar por un protagonismo privado. Más si cabe 
cuando este cambio se viene fraguando desde hace años, al menos desde 
que la sociedad civil organizada, una parte de ella ahora en Podemos, 
empezó a trabajar sin tregua por recuperar sus derechos. 
Es más, 
quienes lanzamos la iniciativa Podemos el pasado mes de enero, así como 
toda la gente que hizo suya la iniciativa, antes o después, partimos de 
la misma  premisa que ahora tratamos de trasladar a la Asamblea Ciudadana "Sí Se Puede":
 construir herramientas para convertir la indignación en cambio 
político. Algo que nada tiene que ver con levantar un nuevo chiringuito,
 lo cual se compadece poco con un uso celoso de la marca Podemos. 
Pensamos que lo crucial es ahora trabajar por la unidad popular y 
ciudadana. Nuestra organización, sus afiliados y simpatizantes, sus 
portavoces y candidatos, las gentes que no hemos parado un minuto desde 
hace meses en construir una alternativa real para este país, podemos y 
debemos acudir a las elecciones municipales con todos aquellos que 
compartan nuestro ADN: transparencia, democracia, recuperación de la 
soberanía, puntos alejados de cualquier pacto de salón y de cualquier 
atajo a la nueva forma de hacer política que representamos.
Es cierto, las elecciones municipales llegan muy pronto y debemos
 asumir que no contamos con las garantías suficientes para presentarse 
con la marca Podemos en los más de 8.000 municipios de este país, o 
para hacerlo a la altura de las expectativas que nosotros mismos hemos 
generado. No siempre es fácil mirar el conjunto y hacerlo con la cabeza 
fría, pero hoy es más necesario que nunca: si cada una de nosotras y 
nosotros nos salimos de nuestro caso concreto y hacemos el esfuerzo de 
pensar el mapa completo, nos costará encontrar criterios objetivos 
para decidir por qué en un territorio podemos presentarnos como Podemos y
 en otro no. Todos tendemos a ver los males ajenos y a reivindicar 
nuestra situación como idónea: "yo podría, el resto quizás no". La marca
 Podemos no es un talismán, pero puede convertirse en una pesadilla si 
llega a utilizarse para fines que se alejan de su ADN, aunque sólo sea 
en un pueblo, en un barrio o en una aldea.  Ahora bien, que nadie se 
asuste, el ingente trabajo que hemos realizado hasta ahora en barrios, 
pueblos y ciudades no va a caer en saco roto. Al revés, todos tenemos la
 responsabilidad de poner esas energías y ese trabajo al servicio de 
nuestro territorio con toda la contundencia posible, pero también con 
toda la responsabilidad, y hacerlo enmarcados en una estrategia común 
que nos fortalezca. Ahí es donde las apuestas ciudadanas para la 
recuperación de la soberanía se vuelven centrales, se llamen Ganemos o 
no. No se trata de apostar por una foto fija, ni de aceptarlas sin más, 
sino de asumir que pueden ser la mejor garantía para que en nuestros 
municipios, donde menos necesarias son las siglas y los patriotismos de 
partido, y más imprescindible y necesaria es la participación ciudadana y
 su autogobierno, las gentes de Podemos puedan trabajar sin tregua por 
la democracia y la unidad popular.
Hacer política, resistirse a 
unos poderes no democráticos que están ahogando a la población, exige en
 ocasiones tener que abrazar escenarios no elegidos, mancharse con 
imperfecciones y mil matices, exponerse al insulto y la ira. Amplitud de
 miras, audacia y coraje son las tres líneas anudadas que pueden hacer 
de esta oportunidad histórica el borrador de un gobierno cuya primera 
deuda a pagar sea con la gente.  

