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27 julio, 2010

EL MUSEO ETNOGRÁFICO DE RIAÑO ABRE UNA RECREACIÓN DE LA FRAGUA

Tributo al último herrero
El Museo Etnográfico de Riaño abre una recreación de la fragua que hubo en la villa para rendir homenaje a esta figura emblemática de los pueblos leoneses.
27/07/2010. dl

Su oficio era indispensable. El herrero fabricaba todos los aperos y herramientas que hacían falta para el trabajo en el campo y en casa, así que la fragua solía ser un lugar de mucha reunión y palique, frecuentado tanto o más que la taberna. De las rejas de arado a los clavos, de las hoces a las guadañas pasando por la delicada labor de herrar las vacas y los caballos, el herrero no paraba un solo momento. Hasta que la vida moderna y la fabricación, en serie y de forma industrial, de todas las herramientas, acabó con ellos.

Ahora, el Museo Etnográfico de la villa de Riaño, dependiente del ayuntamiento, acaba de inaugurar la recreación -”con todo detalle-” de una fragua tradicional dispuesta junto a la «casa de humo», copia a tamaño natural de aquellas casas tradicionales, techadas de paja, que existían en el viejo Riaño antes de su destrucción e inundación.

Sobre la fragua informa Ana Valbuena, trabajadora del municipio riañés, que, en un espacio de unos quince metros cuadrados «se han distribuido los elementos fundamentales que conformaban estos talleres artesanales: el fogón de piedra, el fuelle de piel, los clavos y la madera... pero también un segundo fuelle de finales del siglo XIX, de hierro, de la primera era industrial; el yunque sobre el tajo de madera, bancos, una gran reja semicircular y otra reja de la ventana de la sacristía, ambas de la antigua iglesia de Riaño. No faltan tampoco los martillos, tenazas, terrajas, mazos y otros útiles que completan la escena». La recreación es obra de Antonio González Matorra y Pedro Luis González Manuel.

Además, dan vida a la fragua dos herreros a tamaño natural, vestidos de época y con sendos mandiles de cuero. Uno templa el acero en el fogón y otro trabaja una reja en el yunque.


Uno en cada pueblo. Valbuena añade también que esta recreación nos muestra cómo se trabajaba el hierro en épocas anteriores a la industrialización. «Solía haber una en casi todos los pueblos de la Montaña de Riaño para dar el servicio a los vecinos en cuestiones tan vitales como fabricar las rejas de los arados, los callos de las vacas, las herraduras de los equinos, las ruedas de los carros, las rejas de las ventanas, aperos de labranza como las horcas, azadas, palas, guadañas, hoces, picos, etc.». «Habitualmente -”continúa-” se instalaban en pequeños edificios de piedra, cubiertos de paja y posteriormente de teja, cerca de la vivienda propia del herrero».

El fogón de las fraguas se alimentaba de carbón que en ocasiones era fabricado por el propio herrero. «Se colocaban en un hoyo pedazos de roble y raíces de brezo, se prendía fuego y se cubría de tierra cuando estaba en brasas. Se esperaba unos días, y ya estaba listo el carbón vegetal», añade.

Por otra parte, y según el historiador Siro Sanz García, «la propiedad de las fraguas no siempre era privada, se da el caso de la existencia de fraguas concejiles cuya explotación era arrendada a un herrero ambulante; en otros casos el común las usaba para componer las herramientas de todos los vecinos».

En el siglo XVIII, según el Catastro del Marqués de la Ensenada, que data del año 1752, existían herreros en Riaño, Horcadas, Burón, Aleje, Lois, Argovejo, Prioro, Huelde, Anciles... Actualmente se conservan fraguas en las localidades de Carande y Boca de Huérgano, aunque ya sin uso. En Riaño, ya desde finales del siglo XIX se recuerdan varías fraguas. Francisco Fernández, Leandro Fernández y Santiago ( Santiaguín ) Fernández formaban parte de la misma familia de herreros. Los últimos herreros, los de finales del siglo XX, fueron Lucho y Alfredo Fernández, y Manolete Martínez. En Carande, el último herrero fue Francisco José González, todo un personaje.

Hay vecinos que recuerdan cómo le entregaban en persona todas sus herramientas para arreglar, o bien se las dejaban en casa de Goyo Presa en Riaño: él las recogía, las arreglaba y las dejaba en el mismo sitio. Ninguna tenía el nombre de su dueño pero él sabía perfectamente de quien era cada una.

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