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02 septiembre, 2013

I TRAIL VALLE DE VALDEÓN TRANSVALDEONICA 2013







Fotos: Larry
CLASIFICACIONES EN:
http://www.carrerasconencanto.com/resultados-carreras-anteriores/i-transvaldeonica-picos-de-europa/

OPINIÓN: EL PP ES UNA EMPRESA, ROSA Mª ARTAL


El PP es una empresa

Rosa María Artal 

30/08/2013


 Borrar los ordenadores de Bárcenas  fue  “una decisión empresarial”. Así lo ha explicado Soraya Sáenz de Santamaría, vicepresidenta ¿del Consejo de Administración del PP? Solo las empresas toman “decisiones… empresariales”. El objetivo de las empresas es siempre el beneficio económico para sus gestores y accionistas. No cabe la actividad “sin ánimo de lucro”, reservada a cierto tipo de asociaciones. El PP es una empresa y no precisamente una pyme.

  De esta forma, Soraya Sáenz de Santamaría confirma lo que ya muchos sospechábamos. El subconsciente que traiciona cuando se trata de explicar lo inexplicable. El afán privatizador que se cuela hasta en la concepción del PP de lo que es un partido político, un país y una sociedad, todo susceptible de proporcionar réditos. Lo curioso es que esta organización, el PP, está subvencionada con dinero público en un 90%.

  Los requisitos exigidos para ser empresa o partido político difieren. En la primera, deben escriturar ante notario el nombre de los socios, el objeto social, es decir, la actividad a desarrollar, el capital suscrito –que varía en función del tipo de empresa-, los estatutos, la forma de elección y renovación de cargos. En fin, un cúmulo de requerimientos que terminan por hacer más difícil crear una empresa en España que en Zambia, según el Banco Mundial.

  Todo esto no nos lo ha dado a conocer el PP que ha camuflado su actividad empresarial en forma de partido político. De ahí que precise inversiones y reparto de beneficios, también camuflados y simulados, al contado y en diferido. Particularmente empresas que financian la organización, al margen de los votantes que participan con sus impuestos y sin cobrar dividendos. Labor que, al parecer, realizaba Luis Bárcenas a plena satisfacción, hasta que advirtió irregularidades la justicia.  No es lo mismo ser una empresa con ánimo de lucro que un partido político que debe gobernar por el bien común y eso llama la atención de algunos jueces. 

  Saber oficialmente que el PP es una empresa lo cambia todo. Los votantes no son accionistas que toman decisiones y participan de los beneficios, son peones engañados en los fines que persigue la entidad. Peones que pagan y no cobran, sin remunerar y a quien esquilmar. Resulta asombroso que lo soporten, porque malos son los resultados de la reforma laboral pero no ver un euro de las ganancias, sufrir recortes y repagos, y callarse ni en la China o la España medieval. O sí, igual ahí y entonces, sí. O esa decisión de  vender la cuarta parte del patrimonio español. No puede obedecer sino a que saben que en el fondo el capital con el que operan no es suyo, a un afán de enriquecimiento desmesurado o tapar los agujeros de una nefasta gestión. Porque una arriesgada táctica empresarial, sin más, no será ¿verdad?

  Tiene una explicación sin duda. En el entramado organizativo, destaca el departamento de marketing con estrategias realmente sutiles y una amplísima plantilla, también en sus versiones oficial y simulada. Profesionales de perfil muy preciso, dedicados a vender las bondades del producto camuflado y simulado: el bienestar social, salir de la crisis, que – de serlo- choca frontalmente con la realidad de la cuenta de resultados para los ciudadanos, cada día más empobrecidos y privatizados. Sabiendo ya que la finalidad de esta empresa, como de todas, es el lucro de sus dueños, la percepción cambia. Ahí, hasta en cuestión de “complementos” oficiales del salario, la cosa ha ido francamente bien para los socios. Y encaja perfectamente que los sobresueldos de todo tipo fueran en realidad bonus por alcanzar objetivos. Con enorme perspicacia, los directores de marketing eligen agentes comerciales capaces de una doble tarea: convencer a ese tipo de contribuyentes altruistas de la empresa que siempre se tienen por pura fidelidad y provocar arcadas o carcajadas en el resto. Distraídos, no actúan. Doble eficacia.

 Tras la declaración de Sáenz de Santamaría, cabe esperar ahora que la justicia pida al PP los requisitos que se exige a toda empresa. O que la ciudadanía espabile de una santa vez y se entere: el fin del PP es el lucro de sus accionistas, dado que son una empresa que adopta “decisiones… empresariales”. 

OPINIÓN: CONMIGO, O CONTRA MÍ. ARTURO PÉREZ REVERTE

Patente de corso
Conmigo, o contra mí

 XLSemanal - 02/9/2013
perezreverte.com

Un lector me preguntó el otro día por mi escepticismo político: mi falta de fe en el futuro y mi despego de esta casta parásita que nos gobierna, sólo comparable a la desconfianza que siento hacia nosotros los gobernados: sin víctimas fáciles no hay verdugos impunes. Siempre sostuve, porque así me lo dijeron de niño, que los únicos antídotos contra la estupidez y la barbarie son la educación y la cultura. Que, incluso con urnas, nunca hay democracia sin votantes cultos y lúcidos. Y que los pueblos analfabetos nunca serán libres, pues su ignorancia y su abulia política los convierten en borregos propicios a cualquier esquilador astuto, a cualquier lobo hambriento, a cualquier manipulador malvado. También en torpes animales peligrosos para sí mismos. En lamentables suicidas sociales.

Hace dos largas décadas que escribo en esta página. También, en los últimos dos años, Twitter me ha permitido acercarme a lo más caliente de nuestro modo de respirar. Y no puedo decir que sea confortable. Inquieta el lugar en que una parte de los lectores españoles se sitúan: lo airado de sus reacciones, el odio sectario, la violenta simpleza -rara vez hay argumentos serios- que a menudo llegan a un desolador extremo de estolidez, cuando no de infamia y vileza. Cualquier asunto polémico se transforma en el acto, no en debate razonado, sino en un pugilato visceral del que está ausente, no ya el rigor, sino el más elemental sentido común.

Destaca, significativa, la necesidad de encasillar. Si usted opina, por ejemplo, que a Manuel Azaña se le fue la República de las manos, no encontrará criterios serenos que comenten por qué se le fue o no se le fue, sino airadas reacciones que, tras mencionar el burdo lugar común de Hitler y Mussolini, acusarán al opinante de profranquista y antidemócrata. Y si, por poner otro ejemplo, menciona el papel que la Iglesia Católica tuvo en la represión de las libertades durante los últimos tres siglos de la historia de España, abundarán las voces calificándolo en el acto de anticatólico y progre de salón. Pondré un ejemplo personal: una vez, al ser interrogado sobre mi ideología, respondí que yo no tengo ideología porque tengo biblioteca. No pueden ustedes imaginar cómo llovieron, en el acto, las violentas acusaciones de que escurría el bulto «y no me mojaba». Y es que en España parece inconcebible que alguien no milite en algo y, en consecuencia, no odie cuanto quede fuera del territorio delimitado por ese algo. Reconocer un mérito al adversario es para nosotros impensable, como aceptar una crítica hacia algo propio. Porque se trata exactamente de eso: adversarios, bandos, sectas viscerales heredadas, asumidas sin análisis. Odios irreconciliables. Toda discrepancia te sitúa directamente en el bando enemigo. Sobre todo en materia de nacionalismos, religión o política, lo que no toleramos es la crítica, ni la independencia intelectual. O estás conmigo, o contra mí. O eres de mi gente -y mi gente es siempre la misma, como mi club de fútbol- o eres cómplice de la etiqueta que yo te ponga. Y cuanto digas queda automáticamente descalificado porque es agresión. Provocación. Crimen.

Qué fácil resulta entender, así, nuestra despiadada Guerra Civil. Si ahora no se dan delaciones y paseos por las cunetas, es sencillamente porque ya no se puede. Pero las ganas, el impulso, siguen ahí. Me pregunto muchas veces de dónde viene esa vileza, esa ansia de ver al adversario no vencido o convencido, sino exterminado. La falta de cultura no basta para explicarlo, pues otros pueblos tan incultos y maleducados como nosotros se respetan a sí mismos. Quizá esa Historia que casi nadie enseña en los colegios pueda explicarlo: ocho siglos de moros y cristianos, el peso de la Inquisición con sus delaciones y envidias, la infame calidad moral de reyes y gobernantes. Pero no estoy seguro. Esa saña que lo mismo se manifiesta en una discusión política que entre cuñados y hermanos en una cena de Navidad es tan española, tan nuestra, que me pregunto quién nos metió en la sangre su cochina simiente. Desde ese punto de vista, el español es por naturaleza un perfecto hijo de puta. Por eso necesitamos tanto lo que no tenemos: gobernantes lúcidos, sabios sin complejos que hablen a los españoles mirándonos a los ojos, sin mentir sobre nuestra naturaleza y asumiendo el coste político que eso significa. Dispuestos a decir: «Preparemos al niño español para que se defienda de sí mismo. Eduquémoslo para que conviva con el hijo de puta que siglos de reyes, obispos, mediocridad, envidia, corrupción, violencia, injusticia, le metieron dentro».