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10 junio, 2015

MEGALITISMO

Un dolmen ‘de libro’ en la Cabrera

La aparente ausencia de monumentos megalíticos en León sólo revela déficit investigador: la última prueba es cabreiresa .



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e. gancedo | león 10/06/2015

Los hay en Asturias y los hay en Zamora. En León, en cambio, callan. El silencio que guardan en esta tierra los monumentos megalíticos es realmente atronador porque no tiene ningún sentido que fronteras administrativas establecidas ayer mismo influyan en ese amplio fenómeno cultural que abarca desde finales del Neolítico y dura hasta la Edad del Bronce, fenómeno protagonizado por grandes bloques de piedra de uso claramente funerario en algunos casos y en otros más complicado o totalmente desconocido.
La respuesta a ese silencio «es que la investigación en León sigue estando en barbecho», a decir del historiador cisterniego Siro Sanz, buen conocedor de la historia antigua de la Montaña Oriental, la única zona que parece ‘salvar el tipo’ con la aparición de restos adscribibles al megalitismo especialmente en los valles de Valdeburón y Sajambre. Hallazgos, en su mayor parte, necesitados de la preceppiva revisión académica, de un estudio científico en profundidad y de esas labores de señalización, colocación de paneles didácticos y actividades de divulgación que tan necesarias resultan para que sean comprendidos y valorados socialmente. Es lo que sucede con el airoso menhir de Valdosín, conocido por senderistas y montañeros pero que aún no ha sido objeto de excavación ni de un análisis a fondo —y en el que llama la atención su alineación perfecta, en cuanto a forma de su parte superior, con la emblemática Peña Ten—. Los círculos de piedra localizados en la sajambriega majada de Surbia son otros buenos ejemplos.
Menhir de Valdosín

En los montes de Cabrera
Que lo único necesario para descubrir las huellas megalíticas de León es rastrear el terreno con curiosidad y conocimiento queda patente en una fotografía que sin duda dará que hablar en los próximos meses: tomada en la Cabrera, muestra un dolmen aparentemente ‘de libro’ cuya ubicación exacta sus descubridores prefieren no desvelar para evitar posibles actos vandálicos y que aún se encuentra en pleno proceso de análisis.
«El conjunto es muy sugerente e interesante, no solo por el trilito (piedra que actúa a modo de poste) sino también por la gran laja que aparece delante del mismo —opinó, ante la imagen, Sanz—. Muchos de estos monumentos pasaron durante siglos por elementos meramente naturales del paisaje, y en ocasiones sólo la excavación puede dar idea de su magnitud y la certeza de ser obra humana. Yo no descartaría nada sin hacer un estudio previo».
En cambio, el director del Instituto Leonés de Cultura, Jesús Celis, arqueólogo de formación, manifiesta dudas: «Para enjuiciarlo mejor tendría que ver más fotos y conocer la escala. A simple vista, y con alto riesgo de equivocarme, a mí no me lo parece, primero porque es un afloramiento rocoso ‘in situ’ el que soporta el ortostato de arriba; porque parecen esquistos que se han abierto por causas naturales y porque la piedra de cobertera es excesivamente gruesa, más parece un bloque retenido por moldeado glaciar». «Independientemente de esta opinión, su interior pudo utilizarse en alguna época, más como cueva que como dolmen, pero eso no se sabe si no hay hallazgos o se practica una excavación... —prosiguió—. De todas formas, la cámara es pequeña para albergar ocupación o enterramiento, o eso me parece a mí, pero repito que necesitaría más datos».
Quien lo tiene claro es Miguel Valladares, montañés que ha localizado y dado a conocer numerosos vestigios megalíticos en Riaño, Valdeburón y Sajambre: «Sin duda alguna es una composición. La laja del suelo es parte del recinto. Se aprecia, además que por las pendientes no es de arrastre: a menudo se cree que al ser tan ‘pobres’ arquitectonicamente, estas composiciones son naturales, pero corresponden a monumentos erigidos por poblaciones pequeñas y no fijadas en un territorio concreto», manifestó.