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15 mayo, 2011

CINCO RAZONES POR LAS QUE EUROPA SE RESQUEBRAJA 2ª

2. Crisis de valores y miopía política

La gravedad de la actual crisis europea se origina en la confluencia de varias fuerzas centrífugas: el auge de la xenofobia, la crisis del euro, el déficit de la política exterior y la ausencia de liderazgo. Sus temáticas son paralelas, pero se entrecruzan peligrosamente bajo un mismo denominador común: la ausencia de una visión a largo plazo. La consecuencia de ello es que cada diferencia entre los socios, sea del carácter que sea, se convierte en un juego de suma cero, en una feroz pelea donde todo vale con tal de obtener una victoria con la que presumir una vez de vuelta en la capital nacional, por pequeña y dañina para el proyecto común que sea.

Hace ahora casi tres años que el humo de los campamentos gitanos que ardieron en Italia nos puso sobre aviso de lo que se avecinaba. Desde entonces, elección tras elección, los xenófobos han ido ganando fuerza en nuevos países (Suecia, Finlandia, Reino Unido, Hungría) y consolidándose en los sitios donde ya contaban con una presencia significativa (Italia, Francia, Países Bajos, Dinamarca). Como un cáncer, han capturado el discurso y la agenda política en todos los Estados, endureciendo los controles fronterizos, imponiendo restricciones a la inmigración, dificultando la reunificación familiar y restringiendo el acceso a los servicios sociales, sanitarios y educativos. Lo que es peor, como en el caso de Thilo Sarrazin en Alemania, algunos ya han cruzado la línea de la xenofobia para adentrarse plenamente en un discurso racista sobre la inferioridad de la inteligencia de los musulmanes, algo que recuerda peligrosamente a la caracterización que los nazis hicieron de judíos, negros y eslavos como "untermenschen" (seres humanos inferiores). El resultado es que, hoy en día, en medio de la crisis económica, los valores de tolerancia y apertura, que constituyen el patrimonio más importante del que disponemos, están en cuestión o se baten en retirada.

Toda esta aversión al extranjero sorprende en una Europa cuyos problemas en absoluto pueden ser atribuidos a los inmigrantes. Más bien al contrario, de no mediar un cambio en las tendencias demográficas, además del suicido moral que suponen las actitudes hacia la inmigración dominantes hoy en día en casi toda Europa, los europeos se dirigen hacia el suicidio económico, pues con las actuales tasas de natalidad su población en edad de trabajar será cada vez menor y tendrán que hacer frente a mayores gastos sociales para sostener a una población dependiente y envejecida. Europa debería mirarse en el espejo estadounidense, capaz de integrar a inmigrantes de todas partes del mundo y conseguir que contribuyan al bienestar común a la vez que al propio, pero en lugar de eso prefiere crear un falso problema y, en torno a él, construir soluciones que no harán sino acelerar su declive.

A mucha gente de bien, las bufonadas y simplezas mentales de los racistas y xenófobos les impide tomárselos en serio. Sin embargo, su capacidad de condicionar a los partidos tradicionales es más que notable y va en aumento. Cada vez que uno de ellos captura el Gobierno de algún Estado miembro, su agenda deslegitimadora, racista y antieuropea impacta de lleno en las instituciones europeas y se las lleva por delante. Para impedirlo, al igual que se quiere sancionar a los que incumplan los criterios de déficit, el resto de Gobiernos debería atreverse a recurrir a los Tratados y sancionar a los xenófobos y a los autoritarios. Pero desgraciadamente, la tibia respuesta de las instituciones y Gobiernos europeos ante la expulsión de gitanos rumanos en Francia, frente a los excesos con la libertad de prensa de la Constitución húngara o en relación con el acoso a los inmigrantes irregulares en Italia anticipan cuán poco debemos esperar de ellos cuando se trata de enfrentarse a otros Gobiernos.

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