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15 mayo, 2011

CINCO RAZONES POR LAS QUE EUROPA SE RESQUEBRAJA 4ª

4. Ausente del mundo

Tan grave como la ruptura de los consensos internos es la incapacidad europea de hablar y actuar con una sola voz en el mundo del siglo veintiuno. A pesar de ser el primer bloque económico y comercial del mundo, el mayor donante de ayuda al desarrollo del mundo, e incluso, pese a los recortes, de seguir disponiendo de un muy considerable aparato militar y de seguridad, Europa sigue ejerciendo su poder de forma fragmentada y, en consecuencia, como vemos todos los días, desde las relaciones con Estados Unidos, Rusia o China hasta su actuación en la más inmediata vecindad mediterránea, de una forma sumamente inefectiva. Claro está que ni el poder de Europa es comparable al de una gran potencia ni esta quiere ejercerlo de la manera que lo hacen ellas. El problema está en que Europa no es capaz de actuar unida y ser decisiva ni siquiera en aquellas áreas geográficas más próximas, como el Mediterráneo, donde su peso es o debería ser abrumador, y que tampoco sea influyente ni efectiva en instituciones como la ONU, el G-20, el FMI donde su peso político y económico es enorme. En todas esas instituciones multilaterales, hay muchos europeos, pero poca Europa, y lo que es peor, muy pocas políticas que coincidan con sus intereses.

Transcurrido más de un año de la entrada en vigor del Tratado de Lisboa, que nos prometió una nueva y más efectiva política exterior, la parálisis de la acción exterior europea es completa. La respuesta a las revoluciones árabes ha sido sin duda la gota que ha colmado el vaso. Durante décadas, a cambio de poner a salvo sus intereses migratorios, energéticos y de seguridad, Europa ha apoyado la perpetuación de una serie de regímenes autoritarios y corruptos, obviando de buen grado la promoción de los valores democráticos y el respeto a los derechos humanos. Pero cuando, por fin, sin ningún apoyo exterior, los pueblos de la región han tomado su destino en sus manos, la respuesta de Europa ha sido lenta, tímida y rácana, mostrándose mucho más preocupados los líderes por salvaguardar sus intereses económicos y controlar los flujos migratorios que por apoyar el cambio democrático. Aquí también se ha impuesto la miopía, pues en caso de triunfar las revoluciones árabes, el dividendo económico de la democratización será tan inmenso que oscurecerá cualquier cálculo sobre los costes de la turbulencia.

Cierto que Europa ha evitado el abismo que hubiera supuesto dejar que Gadafi asaltara Bengasi. Ello hubiera hecho retroceder el reloj europeo a los tiempos de Sbrenica y provocado una crisis moral y política irreparable. Pero no nos engañemos, en la crisis libia, como en la crisis del euro, después de evitar el abismo queda absolutamente todo por hacer: además de lograr una paz que no sea una rendición fáctica que perpetúe el régimen de Gadafi, Europa debe restaurar la credibilidad de su capacidad militar, que ha quedado en entredicho, así como sus instituciones de seguridad y política exterior, que han quedado maltrechas. La frustración con esas nuevas instituciones de política exterior, en especial con el papel del presidente permanente del Consejo, Herman Van Rompuy, la Alta Representante para la Política Exterior, Catherine Ashton, y el nuevo Servicio de Acción Exterior Europeo (SEAE), es tan completa que las capitales europeas han comenzado a desengancharse de esas instituciones y a coordinarse y a trabajar por su cuenta. Paradójicamente, donde esperábamos una fusión de los intereses europeos y los nacionales, de Bruselas y las capitales, ahora tenemos una fractura cada vez más completa: por un lado, una política exterior europea meramente declaratoria y sin ninguna fuerza; por otro, una serie de políticas que funcionan a trompicones sobre la base de coaliciones de voluntarios y con recursos exclusivamente nacionales.

Si la primavera árabe hubiera concluido de forma rápida y feliz, las carencias de Europa hubieran terminado por ser invisibles. Pero si lo que tenemos por delante, como parece que es el caso, es un camino hacia la democracia sumamente bacheado, con victorias y derrotas parciales, idas y vueltas y bastante inestabilidad e incertidumbre, esta Europa se dividirá, será incapaz de influir y quedará abocada a la irrelevancia exterior. Con un nulo papel en Oriente Próximo, una Turquía humillada por el bloqueo de su adhesión y un Mediterráneo abandonado a su suerte, Europa dejará de ser un actor de política exterior creíble.

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