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20 junio, 2010

JORNADA DE BATIDAS CON LOS CELADORES PARA CONTROLAR, MATANDO ALGUNO, EL CENSO DE LOBOS EN RIAÑO

La Crónica de León.
David Rubio / Riaño
“Buenos días. Son las seis de la mañana”, dice Carles Francino en la radio del coche. No son días porque aún la noche es cerrada en la gasolinera de Riaño, y no son buenos porque la temperatura no parece del mes de junio, por más que Carles Cansino empiece hablando del fracaso de la selección española de fútbol en su debut mundialista. Hace un frío que pela. ¿A quién se le ocurriría construir un pueblo nuevo en el vértice de todos los vientos?
Siluetas verdes van apareciendo por las esquinas, bajando de coches verdes, refugiándose del bufido gélido en los portales. “¿Estamos todos?”, pregunta Felipe Campo, que es el celador mayor de la Reserva Regional de Caza de Riaño. Es él quien está al mando, quien organiza los grupos y los destinos de cada uno. “Vosotros batís por abajo, vosotros vais poniendo los puestos por el Serrón...”. Cuando todo el mundo tiene claro lo que debe hacer se suben a los coches. Por el camino, Felipe cuenta que el aumento del número de lobos (calculan que habrá casi medio centenar por la zona) y, sobre todo, el aumento de ataques al ganado, ha obligado a la Junta de Castilla y León a autorizar la caza de algunos ejemplares, una misión para la docena de celadores de la Reserva. “No creo que tengamos suerte porque ahora es mala época. Ha salido ya toda la hoja y hay demasiada vegetación como para verlos. Hace un mes hubiera sido mejor, pero esto toca cuando toca y los ganaderos cada vez hacen más presión porque los ataques a potros y terneros les están haciendo mucho daño”. Presión también hacen, aunque no lo diga Felipe, las organizaciones ecologistas, que consideran innecesaria la reducción del censo de lobos por ser una especie amenazada, de modo que los celadores se ven en la obligación de lidiar en un equilibrio históricamente imposible.
Es la hora de las sombras que se mueven, cada vez más nítidas. Varios corzos pastan en la praderas de la entrada de Casasuertes. “Aquí en invierno vive un hombre solo: Antonino”, comenta Felipe al pasar por las calles del pueblo. No hay signo alguno de vida, así que Antonino debe de estar durmiendo a estas horas. Al final del pueblo comienza la pista que, inundada por las últimas lluvias, se va retorciendo por las laderas, bajo los hayedos al principio, entre escobas floridas después, hasta alcanzar la cumbre del Serrón, donde el amanecer estalla.
Es casi una hora de trayecto desde Riaño hasta este alto desde el que, a un lado, el pantano parece un charco inofensivo y, al otro, los Picos de Europa, cubiertos aún por una fina capa blanca, recuerdan a los Nicanores de Boñar. Por el camino han ido apareciendo decenas de animales, rebecos en esta loma, venados en aquella campera, y ha habido paradas para ir dejando tiradores en sus puestos y para analizar las huellas o los excrementos de lobo que aparecían en el camino. Este es el cuartel, como definen los celadores a cada una de las zonas que les son adjudicadas para su control, de Eliseo, así que Eliseo es el que dice quién se pone y dónde. “A Eliseo le mordió una vez un oso, pero esa es otra historia”, bromea uno de sus compañeros. “Y otra vez un águila real le robó un cachorro que se le quedó un poco atrás, y menudo cabreo que cogió”, añade otro. Eliseo, mientras, calla.
En la cumbre todos bajan el tono de voz. Cargan sus rifles y sus mochilas y se distribuyen por el monte. Felipe camina unos quinientos metros ladera abajo y se sienta en unas rocas, mirando por sus prismáticos.
“A un lobo no se le puede buscar. A un lobo hay que esperarlo”, decía el sargento obsesionado con detener a Ramiro, el último maqui, el maqui manco, el protagonista de ‘Luna de lobos’. Y esperar es precisamente lo que toca. Tres horas. Primero con frío y luego con calor. Y, claro, hay tiempo para hablar de todo, aunque sea a media voz, incluido el tijeretazo puesto en marcha el Gobierno de Zapatero: “Nos afecta, claro, porque cobramos como los funcionarios de las oficinas, pero ya ves que no tenemos los mismos horarios”, dice Felipe. Es la hora de charlas para combatir el aburrimiento. El celador mayor de la Reserva, considerada una de las mejores de Europa, ha acompañado a muchos cazadores por estos montes, verdaderamente adinerados unos, otros aficionados que se dejan todos sus ahorros en abatir una pieza, tiradores buenos y malos que le han dejado en el currículum un millón de anécdotas: desde la de aquel gordo americano que no entraba en un Suzuki Vitara hasta la del cazador manco que tenía un rifle con trípode incorporado.
Al fondo del valle, suenan voces y disparos de los que baten, intentando enviar a todos los animales del bosque hacia la cumbre.
“Este trabajo es jodido. No lo puedes hacer a no ser que te gusten mucho la caza y el monte. Pasamos muchas hora fuera de casa. Y es aún más jodido ser guarda en tu tierra, porque conoces a todo el mundo, porque tratas de ayudar cuando hay ocasión pero no puedes evitar ganarte enemigos”, comenta Felipe. “Me ha tocado ver de todo. Por ejemplo, potros en los que se aprecia perfectamente que les han cortado el cuello con una navaja y aseguran que ha sido el lobo para cobrar la indemnización. Hay veces que lo ves claro, pero otras es muy complicado porque un perro se puede picar con el ganado y hacer el mismo estropicio que un lobo. Pero las cosas se pueden hacer bien si uno quiere y siempre acabas dándote cuenta de que no ha mordido los huesos como los lobos o mil detalles que te hacen descubrir lo que ha pasado”, comenta Felipe, como si fuera una especie de agente CSI del monte.
Cuando se hace el silencio sólo se escucha el agua desbordando todos los torrentes. Y los pájaros. Y las voces lejanas de los bateadores. Y los tiros al aire. Pasa un hembra de jabalí con su cría y se quedan ahí un rato, mirando fijamente, mientras Felipe los encañona por si se acercan más de la cuenta.
Se van y el guarda mayor habla del edificio que los celadores tienen en Boca de Huérgano. Son unas instalaciones modernas donde Felipe, con indudable mano izquierda, va mediando en las rencillas que puedan surgir entre los celadores. “Prefiero organizar una reunión de éstas todas las semanas para que las cosas se hablen y se soluciones y así no se vayan enquistando, porque si no luego ya no hay quién apague el fuego”. Cada celador conoce al detalle su cuartel, incluidos los horarios de sus pobladores y sus escondites, así que es lógico que se enfade cuando se meten en su terreno. “Hay que saber un sitio y un animal concreto para cada cazador, porque no todos han pagado por la misma pieza y no todos tiran ni caminan igual, y hay que tener siempre un plan B”, dice Felipe.
Ruge la emisora. “¡He matado uno!”. Felipe sonríe, aliviado. “¡Enhorabuena!”, le contesta. Respira de otra manera. “Me alegra mucho, de verdad, y no sólo porque me gusta hacer todo aquello que me encargan, sino porque la tensión de los ganaderos está llegando a tal punto que me da miedo de que empiecen a usar veneno, que está prohibido pero se puede conseguir como si fuese harina, y si lo echan por ahí no sólo terminan con el lobo sino también con el buitre y con todo lo demás”.
La espera es en vano en el puesto de Felipe pero no en los otros. Llegan noticias de que han abatido otro ejemplar y el cupo era de dos lobos en esa zona, de modo que todos de vuelta a los coches. El resto de los celadores están tan contentos como Felipe. Llevaban varios días batiendo los bosques de la zona sin haber visto más que los restos de los banquetes que se habían dado los lobos. En el camino de vuelta bromean, se vacilan y se paran a ver las huellas del oso. Los que los han abatido esperan, orgullosos, a que lleguen a recogerlos sus compañeros.
El de lobo muerto es el olor más fuerte y desagradable que pueda haber en el mundo. “Eso es que le han disparado en el pulmón”, dice uno de los muchos expertos que hay presentes.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Ha habido algún detenido por la picaresca?.Muy buena la narración de los hechos pero los lobos no son culpables de todo lo que ocurre.
Las ovejas enfermas tiradas por los rios y algún desperdício animal más,no creo que sea culpable el lobo.

Anónimo dijo...

Otro paripé del amigo Peral para tapar la mala imagen de sus guardas matando lobos cuando les peta. Las alimañas que han arruiando la ganadería de la comarca tienen dos patas y llevan corbata.

Anónimo dijo...

La ganadería de la comarca se la están cargando los propios ganaderos con la desidia en su cuidado;observar los ganados en la nieve zapando sal por las carreteras y muertos de frio.Comparar estos ganados con los de las cuadras controladas al otro lado de los picos;pero si viene la leche de Potes para las queserias de la zona.Vergüenza torera.