Daniel Lacalle
LLENO DE ENERGÍA
La verdadera crisis de Europa: desindustrialización, el "Depardieu silencioso"
Hace unos días me invitaron a dar una charla en la London Business School y un alumno me preguntó cuál era el mayor error de la política europea.
“La decisión consciente de incentivar de manera masiva a sectores
obsoletos, caros e ineficientes, en vez de promover un proceso de
sustitución por calidad, precio y competitividad”. ¿Por qué? Porque el
dinero público no es de nadie, la demanda crecerá en 2020 y el coste no
importa… Mientras, echábamos hasta al inversor más paciente. El
Depardieu silencioso.
Admiro a Gerard Depardieu, un excelente
actor. Tras años de contribuir con decenas de millones en impuestos,
decidió libremente abandonar su país ante la asfixia impositiva. Es su
derecho. Pues bien, yo utilizo el término de “Depardieu silencioso” para
ilustrar el proceso de desindustrialización europeo, que es esencial para entender el entorno económico en el que estamos y, por la pérdida de PIB potencial, hacia dónde vamos.
El
proceso de desindustrialización de Europa no se puede achacar a
políticas liberales. De hecho, si por algo se caracteriza es por la
implementación de “políticas industriales”, planes semi-soviéticos de
gasto público en infraestructuras y por el apoyo gubernamental a
campeones nacionales-dinosaurio en sectores “estratégicos”. Lo que
nuestros políticos llaman “planes de crecimiento”. Centenares de miles de millones... de deuda.
El problema que se ha generado es un gasto que pagan los ciudadanos en impuestos y tarifas excesivas, y un efecto “retirada” de las empresas, porque los costes se disparan y se penaliza a las empresas nacientes. Ahora piden más. Nada como repetir lo que no funciona.
“Government's
view of the economy: If it moves, tax it. If it keeps moving, regulate
it. And if it stops moving, subsidize it.” R. Reagan
Patalear
echándole la culpa a China o a la India, maldecir la globalización o
promover el proteccionismo nos lleva a donde estamos. Estancamiento y
rezar a que el año que viene “mejore”.
Los gobiernos tienen un
papel en la transformación económica de los países, claro. Pero su
misión no debe ser mantener a toda costa los sectores de baja
productividad decadentes. Su trabajo es entender un mundo globalizado y facilitar la transición a modelos de alta productividad,
incentivar la innovación –no subvencionarla- y promover la educación.
El problema es que todo esto no gusta, porque no da oportunidades de
foto inaugurando puentes.
El modelo actual de “intervenir-subvencionar-error-deuda-empobrecimiento-subvención” nos lleva a competir solo por devaluación interna. Ese es nuestro gran éxito. Ya podemos fabricar coches baratos para otro. Exitazo.
Cuando
el modelo productivo es la política del avestruz de esconder la cabeza y
esperar a que vuelva 2005, que el mundo nos reconozca nuestros
privilegios adquiridos –que les negamos a otros países-, la salida solo
es recesión y devaluación. Empobrecimiento.
No, las
exportaciones de productos de bajo valor añadido y la destrucción de la
demanda interna no son éxitos económicos, son la consecuencia de
engañarnos al solitario sosteniendo el PIB con gasto inútil, manteniendo
estructuras inútiles y superar a China en infraestructuras innecesarias
y ciudades fantasma. China se lo puede permitir. Nosotros, no.
Maquilar
–producir para otros-, construcción y servicios de baja productividad,
buscar la competitividad por el lado del coste solo pone un parche, pero
empobrece. Siempre va a haber un país dispuesto a producir el mismo
bien por un precio menor. La cuestión es que la producción de ese bien
no solo tenga un coste monetario adecuado, sino una ventaja tecnológica y logística. Crecimiento por margen. Hay que aprovechar un modelo en decadencia para promover un cambio, que no es volver a 1977.
La
solución no es hacer componentes para otro país europeo, que entonces
se empobrecerá igual para competir por ser el taller de Pepe Gotera de
Europa. La carrera hacia cero siempre termina en nada.
Los planes industriales promovidos por España y la Unión Europea se han caracterizado por:
- Un enorme coste para las arcas públicas. Siempre se han hecho en su mayoría a través de gasto, pagado con deuda y no deducciones de impuestos. Casi toda Europa por encima de 90% deuda sobre PIB.
- Decisión caprichosa –política- y no económica de “qué sectores son los ganadores”. Incentivar industrias no-competitivas y caras.
- Defender sectores decadentes
para “sostener el empleo” y mantener vivo al zombi donde se conceden
subvenciones, para luego quitarlas, con lo que ni se fortalece a los
“campeones nacionales” ni se crea riqueza o empleo. Crear empresas
gordas, no fuertes, como digo siempre, crea “funcionarios privados” y
clientelismo.
- Cuando fluye el dinero, los estados gastan en sectores de baja productividad
y se olvidan de invertir en I+D –real, no informes sobre el sexo de los
ángeles para financiar partidos por la puerta de atrás. Cuando deja de
fluir, se olvidan también. Vean el gráfico. Mejor que no gasten, solo
que den incentivos fiscales.
Todo esto no sería grave si la
deuda no se disparase y la política impositiva y costes para las
empresas fueran asumibles. Sin embargo, al cargar a las arcas públicas
con cantidades que superan el 5-10% del PIB de Europa en subvenciones y
gastos inútiles, la presión fiscal se multiplica junto a los costes
–energéticos, por ejemplo-.
“Planes de crecimiento” que luego no crean empleo, los subvencionan durante un periodo cortísimo… dejando la deuda detrás. Por cada euro invertido, según nuestras estimaciones, 1,25 euros de deuda desde 2006 y creación de empleo neto imperceptible. “Hubiera sido peor”, dicen. No, cuando hemos creado semejante agujero de deuda. Ni de suerte.
Un
sistema que en recesión aumenta en cinco puntos la presión fiscal y,
además, hace que las tarifas energéticas (Alemania, España) se disparen
un 30% por encima de cualquier materia prima, es inaceptable para una
empresa, sobre todo las pequeñas y medianas, que suponen el 70% del
valor añadido en nuestro país. Cierran o se van.
Una Unión Europea –y España- parasitaria
donde hay mucho “supervisor” y poco “creador”… hacen que el “Depardieu
silencioso” siga tirando la toalla ante la agresión al emprendedor, que
es el que crea riqueza y empleo. Los demás consumen.
No es
solo el dinero que se gasta en mantener sectores en decadencia, es la
deuda acumulada y el coste de oportunidad de seguir perdiendo la carrera
de la innovación.
Por eso que hay que bajar impuestos, garantizar seguridad jurídica y reducir el tamaño del sector público. Esos tres problemas están fagocitando cualquier opción de recuperación real y de inversión productiva a largo plazo.
Lo
ha alertado en varias ocasiones el instituto IFO y el informe de
Natixis “The Vicious Cycle for Europe”. Cuando, en el caso de España, no
permitimos el acceso a nuestros recursos naturales, ni somos punteros
en tecnología y el modelo productivo es la subvención y la maquila,
nuestra competencia son los países de mano de obra barata.
Es
por eso que la única salida a un modelo de baja productividad termina
siendo contraer. Nuestro éxito. Hundir la demanda interna, bajar sueldos
e intentar ser China creyéndonos Sillicon Valley.
Hemos
comprobado durante décadas que “estimular” –darle a la chequera estatal
con deuda- no funciona. Debemos saber ahora que la “devaluación
interna” solo trae más impuestos, menos renta disponible, menos consumo,
la deuda no se reduce, caída adicional del sector financiero, paro
estructural y empleo precario.
Y, por supuesto, ante la deuda
adicional… falta de recaudación fiscal, nuevo reajuste y vuelta a
empezar. Hasta que el ajuste sea de tal calibre que la incapacidad de
poder comerciar con el exterior -no solo balanza comercial, sino la de
transferencias y salidas de capital- haga subir el consumo y mercado
interno. Un éxito. Dar cinco pasos hacia atrás para dar un paso hacia
delante. No es casualidad que el circulo vicioso lo acaparen los países
periféricos, empeñados en sostener sectores en decadencia y en
promocionar sectores no competitivos mediante subvenciones monstruosas.
La solución es, y siempre ha sido, atraer capital, no echarlo.
El nuevo modelo productivo no se va a crear en un comité ni en una cumbre. Lo pondrán en marcha inversores privados. El Estado solo debe facilitar la transición
invirtiendo en educación de verdad –no en títulos universitarios sin
valor-, bajando impuestos a emprendedores, reduciendo trabas y, sobre
todo, no subvencionando lo caro e ineficiente.
Al final de
mi charla en Londres, un chico me preguntó: "¿Por qué en España no se
crea un Spotify, o un Core Labs?" Es estudiante de Ingeniería
Tecnológica y está preparando un “start-up”.
Le pregunté: “¿Tú dónde vas a crear tu empresa cuando termines, aquí o en España?”
Me
dijo: “En Westminster me han dicho que no pago impuestos durante los
tres primeros años, así que probablemente aquí… ¿Por qué?”.
“Ya te has contestado solo”.
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