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20 febrero, 2015
JULIO LLAMAZARES: "LA PRIMERA VISIÓN QUE TUVE DE MI PUEBLO FUE EL CADÁVER DE MI PUEBLO"
JULIO LLAMAZARES ESCRITOR
«La primera visión que tuve de mi pueblo fue el cadáver de mi pueblo»
El leonés Julio Llamazares presentó ayer en la madrileña librería Méndez su esperada novela sobre Vegamián, ‘Distintas formas de mirar el agua’, un relato sobre el desarraigo y la relatividad de la mirada. Un libro coral en el que el autor conduce al cortejo fúnebre que se dirige al pantano del Porma a tirar las cenizas del patriarca.
verónica viñas | león 20/02/2015
DL.
No hay una palabra para definir al que perdió su pueblo sepultado por un pantano. Desterrado, expulsado, expatriado... ¿cuál prefiere?
—Apurando el lenguaje podría ser desaguados. En realidad son desterrados, porque lo que sufren estas personas es un arrancamiento de la tierra, como los árboles. Y si los árboles cuando los desarraigamos y los cambiamos de lugar sufren y algunos mueren, imagina las personas.
—¿Sólo se puede regresar a un lugar que no existe en una urna de cenizas?
—No se puede regresar a ningún lugar. Conozco gente que se ha pasado la vida soñando con la jubilación para volver a su lugar de origen y cuando vuelven sienten que ya no son de allí, porque ellos han cambiado y porque el paisaje y a los que dejaron atrás ya no son los mismas. También les ocurrió a muchos exiliados políticos, como Max Aub, que regresaron tras la dictadura y se encontraron un país que ya no era el suyo. Nunca se puede regresar al lugar del que uno se fue. A Ítaca no se puede volver. Y los personajes de mi novela sólo pueden regresar después de muertos, porque el lugar del que se fueron fue anegado por un pantano.
—¿Su venganza es que Juan Benet vuelve al lugar que él sepultó?
—No me quiero vengar de nadie. La última cita del libro es casi un homenaje literario a Benet. Tuve una relación extraña con él, por las circunstancias y la diferencia de edad. Las pocas veces que lo vi a solas fue bastante cariñoso. Iba con un gran séquito y adoptaba una actitud un poco provocadora y perdonavidas, que yo creo que era una defensa ante el mundo como la de muchos de los grandes tímidos. La novela la integran dieciséis voces, las de los familiares que acompañan las cenizas del muerto hasta el pantano, una voz de un automovilista que pasa por la carretera y aporta la mirada insensible de la soledad, porque su mirada se queda en la superficie del agua, y hay una voz en off que cierra el libro, que sería la voz literaria del Benet, autor de la presa del Porma que sepultó mi pueblo y otros muchos, pero que a la vez construyó un mundo de ficción que es el mismo que yo relato en esta novela, que él llamó Región, y que es el desaparecido valle de Vegamián.
—¿El libro es su forma de salvar Vegamián del olvido?
—Seguramente. Los libros sirven para rescatar algunas cosas de la erosión del tiempo. Las cosas y las personas llega un momento en que dejan de vivir en la realidad y acaban viviendo en la literatura, en el cine o en el arte. Al final, lo que queda del paso del tiempo es lo que los hombres hemos conseguido convertir en ficción. La realidad se evapora y sólo quedan los sueños. Las novelas son sueños que leemos despiertos.
—La novela se ha tomado su tiempo para aflorar. ¿No estaba preparado hasta ahora para ella?
—No lo sé. Seguramente hay una lectura psicológica y psicoanalítica de todo lo que hacemos y de por qué la escribí ahora y no antes. Nunca lo sabré. Tampoco sé por qué el volcán que arrojó toda la lava que llevaba dentro respecto a esta historia del destierro y del desarraigo afloró ahora, cuando no lo esperaba. Lo cierto es que no tenía previsto escribir la novela. Sé muy poco de lo que escribo y de por qué lo escribo.
—En 1983, cuando se vació la presa, estuvo allí. ¿Cuál fue su sensación?
—Una gran sorpresa, porque no sabía que estaba vacío el pantano. Tomé conciencia ya de mayor de lo que significaba pertenecer a un lugar que no existe. Nací en Vegamián por casualidad, porque mi padre estaba destinado allí como maestro de escuela, es decir no tenía esa vinculación al valle como la gente que llevaba toda la vida durante generaciones. Mi arraigo es casi anecdótico. Además, me fui con 2 años. Cuando comenzaron las obras del pantano mi padre pidió otro destino y nos fuimos no muy lejos, a Olleros de Sabero. Hasta que cumplí 13 años, cuando cerraron la presa, tengo recuerdos vagos de volver a Vegamián a visitar a los vecinos. Durante años escuchaba historias de Vegamián a los amigos de mis padres. Iba con Chema Sarmiento para ver los escenarios del rodaje de la película El filandón y, cuando doblamos la curva de la presa, apareció ante nosotros la fantasmagoría del valle de Vegamián. Era el paisaje del fin del mundo, no había sonidos ni colores ni pájaros. Todo era ocre. La primera visión que tuve de mi pueblo fue el cadáver de mi pueblo y eso te marca para siempre. Es como si la primera vez que ves a tu padre lo que ves son los restos mortuorios que van a enterrar.
—¿Por qué una novela coral?
—Si hay algún acierto en esta novela, es ése. Una novela se puede escribir de muchísimas formas, en pasado, en futuro, desde la perspectiva de un personaje... La clave para mí, que doy mucha importancia a la arquitectura de la novela, es dar con la estructura que mejor te permita contar lo que quieres contar. Además del desarraigo, otro tema esencial es la relatividad de la mirada humana. Quise que la misma historia la contaran distintos personajes. Todos nos proyectamos en lo que contamos. Es como en las tragedias griegas, con los personajes con máscaras —que en griego significa, precisamente, personas—; y al final, la suma de todas esas máscaras, de todos esos flujos de conciencia, seguramente sería mi propia voz, aunque esto tampoco lo tengo muy claro.
—¿La novela está inspirada en personajes reales que vivían en Vegamián?
—Siempre hay rasgos de la personalidad de gente que he conocido. Es como los pintores que cuando pintaban escenas de la Biblia a San Pedro le ponen la cara de su cuñado y a la virgen la de la vecina de la que están enamorados. En la novela ningún personaje responde a una persona real.
—Puede que el Vegamián de sus recuerdas no haya existido nunca. ¿No es más idílico pertenecer a un lugar que puede ser como uno quiere?
—El Vegamián de mis recuerdos claro que no ha existido nunca, porque tengo recuerdos vaporosos. Los recuerdos pertenecen al otoño del 83, cuando fue vaciado el pantano. No son idílicos, sino siniestros. Y en ese juego de lo bello y lo siniestro está también la esencia de la novela. Hay un personaje fundamental, que es el último, que pasa en un coche y no tiene nada que ver con la familia, y que dice algo que he escuchado muchas veces en la presa: «¡Qué bonito!». Y es que su mirada se detiene en el espejo del agua, no va más abajo. La vida y esta novela resume lo que desarrollaba en un libro muy impactante Eugenio Trías, que arrancaba con dos frases de Rilke —«lo bello es el comienzo de lo terrible, de lo siniestro que todavía podemos soportar»— y de Schelling —«lo siniestro es aquello que, debiendo permanecer oculto, se nos revela»—.
—’Distintas formas de mirar el agua’ es, además, un libro de viajes, el género de géneros...
—Es el eterno viaje de la vida y de la muerte. Es una pequeña Odisea, que es la gran novela para mí en la historia de la literatura universal. El argumento en la vida de todos los hombres es el mismo: partimos del lugar en el que venimos al mundo y luego intentamos volver a esa Ítaca, al sueño de la patria perdida, de la patria feliz que seguramente nunca existió. En el caso del protagonista de mi novela, que es el único que no habla porque esta muerto, el retorno es imposible. Y como dice la publicidad de la novela, con la que estoy de acuerdo: «Es imposible volver a un lugar del que nunca te fuiste». Hay mucha gente que nunca se fue mentalmente del lugar del que les desterraron. El mejor resumen de la novela, por eso la encabeza, es una cita del poeta leonés Ángel Fierro: «Gasté mi vida en el trabajo de volver».
—Dice Juan Carlos Mestre que ante el desmantelamiento de la cultura lo único que no cabe es la indiferencia.
—Estoy completamente de acuerdo. Hay un desmantelamiento más o menos encubierto del Estado del Bienestar, es decir, de la educación, la sanidad y la cultura. El acceso al conocimiento y a la información se reivindica menos socialmente porque la gente tiene esa falsa idea de que la cultura es un artículo de lujo, cuando es un artículo de primera necesidad, como el pan.
—¿Cuál es su causa?
—No me hago grandes preguntas. Mi causa es la de una persona que nació en un lugar perdido de la montaña de León, un día se fue y se ha pasado la vida tratando de explicar el absurdo del mundo. Mi respuesta a ese desacuerdo con el mundo ha sido siempre a través de la literatura, del pensamiento y de la imaginación. Mi causa es encontrar una explicación a este absurdo que llamamos vida.
—En Vegamián y en Riaño hubo gente que no soportó la idea de irse y se suicidó...
—La página de la historia de los pantanos es una de las más desconocidas del siglo XX. Se ha escrito mucho de la Guerra Civil, la dictadura y la Transición, pero sobre los pantanos, diseñados a finales del XIX y principios del XX, y que eran una idea de progreso, se ha escrito poco. No hay que olvidar que España es un país semidesértico y los pantanos eran una forma de redimir el retraso secular. Los promotores de la política hidráulica en la época de los regeneracionistas, como Joaquín Costa, no eran franquistas, aunque los pantanos se ejecutaran en la época del régimen, sin piedad y sin importar el daño. No estoy en contra del progreso, todo lo contrario, pero sí de que se trate a la gente como piezas de ajedrez, a las que se mueve como a los rebaños trashumantes. La gente se queda en la imagen grotesca de Franco inaugurando pantanos, aunque también los inauguraron luego los que se oponían a él y ridiculizaban las obras faraónicas. La gente que padeció aquello sabe lo que cuesta el agua en términos de sufrimiento. No sólo se suicidaron dos en Riaño, sino que al único que no aceptó la expropiación en Villameca le requisaron sus bienes y estuvo preso en Astorga; luego anduvo mendigando hasta que un día se suicidó en las aguas que habían sepultado Oliegos. Bajo las aguas de los pantanos de España hay mucha tragedia.
—¿La novela es un ajuste de cuentas con la Historia?
—No escribo para ajustar cuentas con nadie, si ni siquiera en Luna de lobos, que era la peripecia de los vencidos que se escondieron en las montañas. La literatura no la concibo para cambiar el mundo, sino en todo caso para dar voz a los que nadie ha escuchado ni escucha; en ese sentido, sí hay un compromiso moral y ético por mi parte. Escribo para sentir y para que los lectores sientan acompañándome mientras me leen.
—La gente de Vegamián también perdió a sus muertos, cuando el cementerio fue tapado con hormigón...
—Me han hablado del ingeniero que se encargó de sacar los restos, que se llama Alfio y tiene noventa años, y al que espero conocer. Se hizo un cementerio nuevo y algunos trasladaron los restos; otros quedaron bajo el agua sepultados para siempre.
—Muchos vecinos cerraron la puerta de su casa y se llevaron la llave.
—Hay bastantes paralelismos con la historia de los judíos. Cuando expulsaron a los sefardíes muchos se llevaron la llave pensando que volverían. Instintivamente, en Vegamián la gente cerró la puerta y se llevó la llave sabiendo que no volvería nunca más. Es un símbolo, porque lo que conservan es la llave de su memoria. Un lector me contó que su madre era de Riaño y que cuando murió un hermano tiraron las cenizas y la llave de la casa al pantano.
LEÓN TIERRA DE LOBOS
Leon, tierra de lobos
Las últimas y copiosas nevadas en las zonas de montaña están desplazando al cánido hasta Tierra de Campos.
P. vizcay | león 20/02/2015
DL.
El
notable incremento que las poblaciones de lobos están experimentando
desde hace algunos años se debe, según los expertos, a una serie de
circunstancias concatenadas que se vienen produciendo en las áreas de
montaña. La despoblación que estas áreas vienen sufriendo, unida al
abandono de cultivos y la consiguiente expansión del monte, la mayor
abundancia de alimento por el aumento de animales salvajes, jabalíes
especialmente y la protección que las leyes otorgan a este animal serían
alguna de estas causas.
La Junta de Castilla y León es consciente
de la necesidad de controlar estas poblaciones de lobos que provocan un
profundo malestar en los escasos ganaderos que todavía resisten en la
montaña.
Si unimos esto al interés cinegético que el cánido
despierta entre los aficionados, al ser una pieza muy difícil de abatir y
por la que están dispuestos a pagar bastante dinero, entenderemos que
los cupos vayan ampliándose en la medida que las poblaciones lo
permiten.
En la temporada de caza que ahora ha finalizado los
cupos al norte del Duero permitían cazar 50 ejemplares en la provincia
de León, muy superiores a los 36 de Zamora, los 31 de Palencia o los 15
de Burgos. De estos 50 lobos y una vez distribuidos por comarcas 24
correspondían a la montaña de Riaño, 7 al Bierzo, 5 a la montaña de Luna
y cantidades ya más pequeñas a la zona de Astorga o la Cabrera. Pero
una cosa es establecer un cupo y otra muy diferente conseguir que se
cace.
Lo cierto es que las estadísticas oficiales distan mucho de
estas cantidades y, si bien es cierto que siempre se matan algunos lobos
de forma furtiva, todo parece indicar que se va a quedar muy lejos de
las cifras estimadas. En las batidas autorizadas muchas veces se avistan
lobos, pero la astucia e instinto de conservación del cánido muy pocas
veces permiten disparos con eficacia. De hecho casi nunca entran en los
puestos saliendo por las zonas de retranca o dándose la vuelta entre los
perros. Finalizada la caza el tercer domingo de febrero, con el lobo se
hace una excepción en el sentido de que se alarga el periodo hábil todo
el mes de febrero, pero únicamente en las especialidades de rececho y
aguardo, precisamente dónde pueden darse los mejores resultados siempre
que se cuente con mucho conocimiento de la zona y una gran experiencia,
cualidades no muy frecuentes entre quienes no son cazadores locales.
De la montaña al llano
De
entre todas las especies de caza mayor el lobo es el animal que sigue
despertando mayores recelos a pesar de que es, sin duda, el que ha
sobrevivido a las mayores dificultades, lo que le convierte en una
criatura admirable aunque temida. Su capacidad de adaptación y su enorme
resistencia física y a las adversidades, además de su instinto salvaje y
su capacidad reproductiva, le han mantenido a lo largo del tiempo pese a
ser, quizás, la “fiera” mas acosada por el hombre. Este invierno está
siendo especialmente duro en la montaña, su hábitat natural, con nevadas
que hacía tiempo no se producían. También en estos casos su adaptación
es mucho mayor que la de jabalíes, cérvidos y otros ungulados de pezuña
fina que se hunden en la nieve quedando atrapados y siendo presa fácil
del depredador. Precisamente en estos días estamos viendo como las
poblaciones de ciervo están sufriendo notables bajas en las reservas,
pese a que se distribuye alimento desde el aire. En todo caso nunca todo
es absolutamente negativo, pues los procesos de selección genética
harán que sobrevivan los más fuertes y que la densidad de cérvidos se
reduzca lo que beneficiará a la extensión de epidemias como la sarna.
Resulta curioso en esta situación que algunos lobos abandonen la montaña
y se internen en el llano.
La presencia de este cánido en Tierra
de Campos no es nueva, pues ya hace mucho tiempo podían verse lobos de
forma esporádica coincidiendo con la trashumancia del ganado ovino.
Ahora, sin embargo, resulta mas frecuente y viene asociada a los
cultivos de maíz que atraen a otra especie: el jabalí.
De los
excrementos de lobo analizados por biólogos se desprende que el jabalí
constituye un altísimo porcentaje de su dieta. Pero no hace falta ser un
experto, cualquier montero que analiza un excremento se da cuenta de
inmediato de las “cerdas” que aparecen, pues no las digiere. También el
corzo es una presa frecuente y, por supuesto, los animales domésticos
como ovejas y perros. Al ser un animal sumamente esquivo y ocultadizo,
que caza preferentemente por las noches, no resulta sencillo detectar su
presencia. Tan solo cuando a finales de temporada se dan batidas contra
el zorro, con relativa frecuencia aparece algún lobo. En las pequeñas
manchas de monte aparecen de forma intermitente casi todos los años.
Incluso no faltan accidentes de tráfico que se saldan con lobos muertos e
importantes desperfectos en el vehículo.
Pero no son hechos
aislados. Toda la zona Sur de León alberga de forma permanente o de paso
ejemplares de lobo. Ocurre, sin embargo, que un mismo animal o pequeño
grupo, puede desplazarse más de cuarenta kilómetros en una sola noche
siendo avistados en varios lugares, lo que genera exageraciones y alarma
social. Su oportunismo les lleva a alimentarse de forma diversa, pues
consume desde carroña hasta pequeños roedores. Cuando caza es
extremadamente inteligente y además puede hacerlo en grupo, repartiendo
tareas entre sus miembros. En todo caso es un hecho comprobado que las
poblaciones lobunas se han incrementado al Norte del Duero. Lo que para
ecologistas y cazadores es una buena noticia, para los ganaderos, sin
embargo, es todo lo contrario, si bien con una política de la
Administración que acelerase los trámites para las indemnizaciones por
daños podrían ser compatibles los intereses de unos y de otros y nadie
puede negar que mantener esta fauna salvaje en los cotos de caza
resulta, además de una riqueza ecológica, todo un lujo. Como ya hemos
apuntado una gran parte de aficionados a la caza mayor aspiran a tener
un lobo entre sus trofeos.
OPINIÓN: DECAPITACIONES, POR ANTONIO COLINAS
Decapitaciones
Opinión antonio colinas
escritor
escritor
Descendía,
estos días, de uno de esos lugares de nuestros orígenes en donde
—Miguel Torga siempre—todavía vemos temblar «en lo más local lo más
universal», en donde más allá de los fríos heladores los humanos
mantienen la fuerza de las costumbres, no abandonan la naturaleza sino
que aún la labran o, como en esta semana, la controlan y miman con la
práctica de la facendera o hacendera; también llamada yera en algunos de
nuestros valles. Durante un día, el pueblo se dedica en equipo a
cuidar, rehacer o reparar los bienes comunales: caminos, regueros,
montes, jardines. Es una práctica que viene de muy atrás, quizás de la
época de los «hombres buenos» y de los «concejos de hombres libres»,
cuando la solidaridad no era una palabra fácil en la boca de ideólogos y
de demagogos sino una práctica natural y fraterna de convivencia del
que trabajaba de sol a sol.
Regresaba, como digo, de esa cita a la
que acudo cada año, cuando, descendiendo de la sierra, y ya en las
vegas del Eria y del Jamuz, pude asistir de nuevo a ese espectáculo
natural que sólo los inviernos de nevadas copiosas nos proporcionan en
León: ver el circo o cerco de nuestras más altas montañas completamente
nevadas, ese elevado arco montañoso que parte a poniente de la cima
nevada de Peña Trevinca, se extiende por el Teleno y los Montes de León y
se propaga por la cordillera cantábrica hasta los altos de San Glorio.
También en estos montes nevados se purificaba y se refundaba el mundo y
se aseguraba el caudal del agua en ríos y lagunas. Pensé en los Montes
de León del Romancero, en aquellos en donde montes y nieve se fundían
con la nostalgia de una joven amante ausente.
Lo que no sabía es
que, al llegar a la ciudad, hoy tampoco –como afirmo en uno de mis
poemas– los ruiseñores eran noticia en los periódicos del mundo. Una vez
más, las noticias eran bárbaras y nos probaban que el ser ¿humano? ha
avanzado muy poco en determinados aspectos. (Lo comprendía también
cuando releía a Platón en estas mismas fechas y comparaba el fluir de su
pensar en los límites con ciertas jergas invasoras.) El tema doblemente
bárbaro ese día era el de las «decapitaciones».
Por un lado, 25
cristianos coptos habían sido decapitados en una playa de Libia; como
afirmaron sus autores muy cerca de Europa, «al sur de Roma». La otra
noticia afectaba a aquellos montes completamente nevados bajo el azul
más puro: la decapitación de varias docenas –se dice que hasta medio
centenar– de ciervos. Entre el manto espeso de la nieve, los animales
buscaban el humo y el calor, los alimentos de los pueblos. Siempre que
pienso en los ciervos recuerdo lo que me cuentan los cazadores
civilizados, cuando se encuentran con un ciervo en los límites del pinar
o del encinar, y el animal se queda quieto, quizás para distraer y
salvar a sus crías, mirando con sus ojos mansos, a la persona que posee
el arma, pero que la baja, respeta al animal, y se queda en su interior
con esa profunda quietud y mansedumbre de la mirada de los ciervos.
Ante
estas dos noticias, quiero subrayar sencillamente que el ser humano
vuelve a decapitar inocentes, sean éstos personas o animales. Subrayo la
inhumanidad y no entro en las segundas razones de estos hechos. ¿Por
qué, por ejemplo, tras la masacre de la playa de Libia no ha habido
manifestantes en las calles de París, ni tras el rapto masivo de las
mujeres cristianas en Nigeria, ni tras la huida, persecución o muerte de
tantos cristianos en tierras de Siria e Irak? Parece ser un hecho
constatado que hoy el cristianismo es la primera religión perseguida del
mundo, aunque en algunos países de Extremo Oriente –como en Corea (del
sur, claro)– esta religión esté superando ya al budismo. Tampoco entro
en si la nieve manchada de sangre de los montes de León, la de Los
Espejos de la Reina y Barniedo, es el resultado de una mente alocada, de
furtivos aislados al uso o de profesionales del mercado de las astas de
ciervo; esos que a veces también llegan de lejos para esquilmar
nuestros yacimientos arqueológicos y el patrimonio de nuestras ermitas.
Yo
traía en los ojos la pureza de los montes nevados bajo un cielo
radiante, el don de la nieve y de los ríos rebosantes. Y en mi memoria
dormían también, serenas, las playas del Mediterráneo, de esas orillas
en donde nació nuestra civilización. Las playas donde sintieron y
reflexionaron tantas mentes preclaras, desde el autor del Cantar de los
Cantares a Ibn Arabí, desde Esquilo a Albert Camus, las que de costa a
costa miran desde Sicilia a Libia y desde Argelia a las Baleares.
Pero
hoy lo que vienen de Libia, huyendo de las decapitaciones y de las
«guerras-primaveras» programadas, son las pateras cargadas de seres
desesperados. Las personas que vienen en ellas sufren otra
«decapitación»: la del desarraigo de su tierra de origen. No hay
«paraísos» en la tierra para el que se ve forzado a abandonar su tierra
materna y sus seres queridos. Pero tampoco aquí entraremos en las
profundas razones que explican estas mareas humanas consentidas por
países, alentada por mafias que mercan, silenciadas por los organismos
poderosos. Estas mareas que no cesan, pero que nunca acaban de llegar a
las puertas de Bruselas o a Estrasburgo.
LOS ECOLOGISTAS LLEVAN AL SEPRONA LA DECAPITACIÓN DE CIERVOS EN PICOS
Los ecologistas llevan al Seprona la decapitación de ciervos en Picos
Ni la reserva de caza ni la Junta han dado una versión oficial del macabro hallazgo.
La
aparición de cerca de medio centenar de ciervos, la mayoría de ellos
decapitados, entre Espejos de la Reina y Barriedo, en el municipio de
Boca de Huérgano, ha levantado la indignación de los ecologistas que ya
han formulado las correspondientes denuncias ante el Servicio de
Protección de la Naturaleza de la Guardia Civil (Seprona) y ante el
Servicio Territorial de Medio Ambiente de León.
A falta de una
explicación oficial de este macabro hallazgo, ya que ni la Dirección de
la Reserva Regional de Caza de Riaño, de la que depende la gestión de
las especies cinegéticas de la zona, ni del propio Servicio de Medio
Ambiente han querido aclarar los hechos, son muchas las hipótesis que se
barajan.
Para Ecologistas en Acción, se trata de la acción de
cazadores furtivos, que se han aprovechando la debilidad de los
animales, como consecuencia del último temporal de nieve, para obtener
los trofeos.
«No es la primera vez que en estos montes se
aprovecha la nieve para abatir animales cansados y hambrientos, una
modalidad de caza absolutamente prohibida, que se realiza sin ningún
esfuerzo, no ofrece al animal posibilidad alguna de defensa y se
convierte en un execrable ejercicio de tiro al blanco. De sobra es
conocido el lucrativo negocio que existe detrás de las redes de tráfico
ilegal de cuernas de ciervo», afirma Andrés Martínez, de Ecologistas en
Acción.
El grupo conservacionista asegura tener testigos que han
visto camionetas de particulares cargadas de cabezas de animales.
«Algunos de ellos han asegurado que vieron como se remataba a sangre
fría a los animales debilitados después de haberlos atraído hasta
vehículos todoterreno con fardos de paja y hierba», explican los
ecologistas. Por este motivo, exigen que se investiguen los hechos y se
aplique el máximo castigo, administrativo y penal, a los responsables
del supuesto abatimiento y decapitación de los ciervos atrapados en la
nieve. «Es lamentable la imagen que se está dando del Parque Regional de
Picos de Europa y de esta Red Natura», asiente Martínez, que apunta
además que estos hechos pueden ser constitutivos de un delito contra la
fauna tipificado en el Código Penal, por ejercicio de la caza cuando
esta se encuentra expresamente prohibida. Además, asegura que se habrían
producido diversas infracciones administrativas de las Leyes de Caza y
Sanidad Animal de Castilla y León, y de la disposición que, con carácter
reglamentario, regula el ordenado aprovechamiento cinegético y el
ejercicio de la caza en las Reservas Regionales de Caza de Castilla y
León.
Por otra parte, fuentes consultadas por este periódico
asegura que las decapitaciones han sido realizadas por los propios
celadores de la reserva ante la muerte natural de los animales como
consecuencia de las nevadas, para evitar precisamente la acción de los
furtivos. Estas mismas fuentes aseguran que las cabezas están siendo
llevadas a la sede de la reserva para su posterior entrega a las juntas
vecinales que las reclamen.
El hecho de que los cuerpos de los
animales hayan quedado abandonados en el monte obedece, según esas
mismas fuentes, a la falta de medios tanto económicos como de personal
para su retirada.
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